Me desperté sobresaltada, miré el reloj que colgaba del techo de mi habitación y daban las 6 y media.
"Otra noche sin dormir", pensé,
"¿por qué cuando estoy preocupada no pego ojo?"Levanté ligeramente la cabeza de la almohada. La persiana media abierta daba entrada a las luces de las farolas de la calle, justamente esa luz acababa en mis ojos, que todavÃa no se acostumbraran a la claridad.
Miré alrededor de mi. La silla estaba llena de ropa usada, nunca tenÃa tiempo ni ganas para recogerla. Encima del escritorio el bolso, abierto de par en par, con todas las cosas por fuera, como si lo acabasen de revolver buscando algo de valor.
"De valor", pensé yo, con una media sonrisa en la cara,
"yo no tengo nada de valor".
Me desperecé una vez más, ya casi estaba completamente despierta. Cogà el móvil de mi mesilla de noche,
nadie me habÃa llamado,
"que raro", me dije irónicamente, en el fondo esperaba que alguien se hubiese acordado de mi.
Por último, me senté en la cama, las sábanas todavÃa me cubrÃan las piernas, hacÃa frÃo y la calefacción estaba estropeada. No me apetecÃa mucho levantarme, era temprano, ¿qué iba a hacer yo a las 7 de la mañana por ahi? Pero me levanté, me vestà y me dispuse a salir por la puerta de mi casa.
Sin rumbo fui calle arriba, observando todo lo que se aparecÃa a mi camino: coches, papeleras, farolas, un gato negro...
"Buf, que suerte tengo, se ha cruzado conmigo", me habÃa levantado un tanto irónica e irascible.
HacÃa frÃo. Mis manos se estaban quedando moradas. Los guantes seguÃan estando en mi triste y desordenada habitación.
Asà que
eché a correr. CorrÃa cada vez más rápido, cada vez más, como si mis problemas se fueran quedando en cada zancada que daba.
Ilusiones mÃas.
Mi corazón latÃa muy fuerte, casi se salÃa del pecho, asà que frené, y lo hice tan rápido que me faltó muy poco para caerme. Miré mi reloj,
"las 8:15, es temprano todavÃa", me dije.
Pero cuando levanté la vista y observé la calle en la que me encontraba no reconocÃa nada. No sabÃa donde estaba, la gente caminaba a mi alrededor mirándome con cara de circunstancias, señalándome con el dedo como si estuviera haciendo algo malo.
Me sentà sola, apartada del mundo. Nadie era capaz de comprenderme. Nadie entendÃa porque estaba asÃ.
Miré a mi alrededor y sólo veÃa negras sombras que me rodeaban. Me senté en el suelo, estaba demasiado cansada, y continué mirando a la gente pasar, inmensas sombras que se acercaban y alejaban, una detrás de otra.
Cuando se acercaban sentÃa como si lo hicieran a cámara lenta, observando cada uno de mis movimientos, una triste marioneta que se mueve en un escenario que todos miran.
ME CANSÉ. Levanté la mirada hacia el cielo, que estaba empezando a esclarecerse por la luz del temprano sol.
"Nunca más", grité,
"nunca más me dejaré llevar por estas estupideces. Nunca más dejaré entrever mis sentimientos, no me sirve de nada".
La gente me seguÃa mirando, pero ya me daba igual. En esa calle desconocida, sentada en la acera, observada por todo el mundo,
habÃa nacido otra persona. Una persona que no tenÃa sentimientos, que le daba igual lo que hiciera el resto de la gente, sin remordimientos, ni sombras, ni problemas...
El mundo habÃa creado en mi la semilla del desengaño, ya no tenÃa por lo que luchar, nunca más serÃa feliz.
"Me da igual", pensé,
"ahora sé que es lo que tengo que hacer".
"Las 8:45 de la mañana... Es hora de trabajar... "Y me fui calle abajo. Pero ya no era la misma, ya no era la chica que un dÃa se levantó triste porque nadie se acordaba de ella. Esa habÃa muerto fulminada en la calle por decenas de miradas furtivas, de gente que ni siquiera la conocÃa. Allà habÃa quedado mi alma.
Después de todo, nadie se preocuparÃa por mi...